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Nadie podía imaginar que el GP de Malasia iba a suponer el principio del fin para Webber en Red Bull. Todos, hasta el propio piloto, teníamos asumido que él era el segundo del grupo, y que había respaldo total a Sebastian Vettel en la lucha por sus objetivos.
Ya el año pasado las estrategias “dudosas” se experimentaban con el australiano, que veía como, carrera a carrera, se desvanecían sus opciones de luchar por el título, pero nadie esperaba que, además de no sancionar al alemán por saltarse las órdenes de equipo en Sepang y privar a Webber de una victoria merecida, la escudería fuera a tomarse su particular revancha en contra de éste.
Y es que digan lo que digan sí hay “conspiración” o como quieran llamarlo para que todo le salga mal. No es normal que un equipo con el prestigio y el equipo técnico de Red Bull no sepan cuánta gasolina necesita su coche para terminar una vuelta. Y tampoco que se dejen una tuerca de la rueda sin apretar, como si acabaran de llegar ayer a la Fórmula 1.
Aunque es comedido en sus declaraciones, las caras del australiano tienen una única lectura: no está a gusto ni se siente cómodo con una casa que, además de no respetarle, le está haciendo la vida imposible, le está abriendo amablemente la puerta para que se vaya.
Lo malo es que si finalmente abandona Red Bull ahora mismo todos los asientos están copados, ya que sólo se han disputado cuatro carreras del Mundial. No parece tener el mismo problema su escudería, que ya baraja, presuntamente, claro está, el nombre de Daniel Ricciardo como nuevo compañero de Vettel antes de final de año.
Flaco favor le están haciendo a un deporte de élite como la F1 con esa postura antideportiva, de favoritismo descarado…Una pena.