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Cuando aún colea el caso del dopaje de Armstrong y la trama que presuntamente había montado el ex siete veces ganador del Tour de Francia, salta una noticia tan inesperada como indignante. El corredor de Moto 2, Anthony West, que sin ir más lejos había logrado el podio el pasado domingo en Australia ante sus paisanos, dio positivo en un control antidopping en el pasado premio de Le Mans.
Y entonces es cuando uno se pregunta: ¿Estamos locos o qué? Como es posible que un tío (perdón por la expresión) que va a más de 300 km/h subido en un vehículo de dos ruedas tenga tan poco cerebro para consumir sustancias que puedan alterar su estado anímico.
¿Era consciente West de que no sólo ponía en peligro su vida, sino también la de aquellos que corrían al lado suyo? El motociclismo es un deporte de riesgo, pero también de valientes. Y cuando digo valientes me refieron a aquellos que se la juegan siendo conscientes de ello, no bajo los efectos de… me da coraje decirlo.
Al australiano le han sancionado con 30 días sin correr. Es decir, que se perderá la carrera de Cheste y punto en boca. Mientras tanto sus compañeros han estado corriendo al lado de un inconsciente, un loco, un kamikaze que, sin ellos saberlo, ha podido protagonizar una tragedia en la pista y llevarse por delante a esos valientes que corren y sueltan adrenalina en cada curva, no sustancias raras.
Nos sobra gente como West, y esperemos que sea el primero y el último. El motociclismo es el mayor espectáculo de la velocidad y no es bienvenido aquel que no acepta las normas. Mal, muy mal, West.